domingo, 14 de noviembre de 2010

Vicisitudes de un profesional de la Salud

El Doctor Marco Pedro Gózales de los Gonzáles miró el reloj en su blackberry, hacía quizás un año que ya no buscaba la hora en su reloj habitual de pared. Un conocido paciente luchaba por encontrar la manga izquierda de su pullover con movimientos convulsos. Sacó su estetoscopio con cara de preocupación y lo dejó sobre una mesita con más instrumental. En la pantalla del amigable smartphone titiló un pequeño ícono con forma de carta y luego fue otro, y luego otro más. Los mensajes no dejaban de llegar. “Por fin se les dio” opinaba un tal Rubén, el pincha. O: “Felicitaciones por la Sudamericana, a ver si algún día ganan una copa de verdad”, firmaba Mario.
Una voz surgió del pullover cada vez más enrevesado: ¿Qué me dice Doc?, voy a andar bien, ¿no?
El doctor, ahora tipeando un mensaje frenéticamente con sus dos pulgares, con la lengua afuera y una sonrisa venenosa, musitó “ahá” sin siquiera mirar a su paciente, refugiado en la privacidad que le brindaba el bendito pullover. Luego, guardó su teléfono y miró a su paciente con una cara de alegría y satisfacción pocas veces vista en un neurocirujano. Mientras las vibraciones de más y más mensajes que llegaban a su entrepierna incentivaban el éxtasis y promovían una pasión que subía por su pecho y que ya casi se hacía incontenible. Le dio la mano apresuradamente (la izquierda, porque la derecha aun no había encontrado su camino fuera de la manga), y lo acompaño a la puerta de su consultorio, asintiendo a todo lo que su paciente decía y cerró la puerta tras de él. Afuera sonaban algunos bocinazos anunciando el campeonato. Cerró la puerta y por fin explotó en un festejó haciendo volar de una patada la mesita al grito de.: “¡¡¡Vamos el Rojo la reconcha de tu madre carajo!!!”
Se recostó en su camilla agotado y comenzó a responder los mensajes de texto, la mayoría con insultos, pero con una enorme sonrisa en la boca. Poco a poco se fueron calmando las aguas de la euforia. Ya no llegaban mensajes. Se disponía a dejar su teléfono cuando, revisando, encontró un mensaje que le había enviado el paciente que acababa de retirarse: “Doc, no se alarme, me acaba de pasar un 34 por encima. Mal no me siento, sólo quiero que me revise”.  El Doctor Marco Pedro Gózales de los Gonzáles se incorporó como un resorte sobre su camilla y repasó con su mente la rutina con la que había revisado a su último paciente y notó que había olvidado decirle algo importante.
Pensó en llamarlo, pero sus años de experiencia le permitieron poner adelante la humanidad a la fría profesión: y mientras levantaba la mesita destartalada, el estetoscopio, el medidor de presión y otros enseres, secó su transpiración y pensó que no era buen momento para decirle a un hincha de boca, que además de haber perdido un campeonato, estaba muerto y ni se había dado cuenta.

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