sábado, 30 de octubre de 2010

Vicisitudes de un artista.

La primera vez que el artista Federico González Veról tuvo acceso a una cámara, comprendió instantáneamente de qué iba eso de "filmar cosas". Según González Veról, la mirada en un instante no equivalía a la verdadera aprehensión de los objetos. La cámara era más una pregunta que se dirigía hacia aquello que no hablaba, que no se movía; que una respuesta a un impulso interno que lo excedía y pretendía contactarse con el afuera. González Veról no era un exégeta de la realidad, sino un mero perpetuador del misterio del mundo: con su cámara no descifraba los enrevesados círculos mundanos, sino que mas bien planteaba preguntas tejidas con imágenes. La lente amplificaba su espacio y permitía la aparición de un tiempo en el que las condiciones para la experiencia se veían trastocadas. González Veról no intentaba ser un escéptico, ni un postmoderno; mucho menos un esteticista del ahí-afuera. Tampoco se reconocía como místico ni como hincha de Banfield: González Veról era más bien uno de esos hombres que juegan con el "más allá" de los objetos. Cineasta, fotógrafo, pintor, músico y fenomenólogo aficionado; nos interroga con sus obras a la vez que nos permite asombrarnos con un mundo que antes creíamos estático y decepcionante. Su postura nunca fue la de un sujeto primordial del cuál parte una pura sensorialidad en dirección desconocida, sino la de aquél que se sabe conocedor del secreto de las figuras, del que le da un carácter nuevo a la experiencia, sin nada predefinido. Al igual que en Husserl, en González Veról la conciencia es intencionalidad; es el ser que interpela al mundo-cuadro-partitura-cuaderno en una batalla disímil en la que siempre él es el triunfador. Por eso nos duele tanto su partida, su desaparición en un halo de misterio que subyuga. No alcanzamos a comprender el por qué de su alejamiento, de su pasaje a una realidad tan efímera como la de la tierra mojada. Algunos creen que no se trató mas que de una re-invención de sus cualidades; otros, mucho más nihilistas, simplemente lo atribuyen a la pésima suerte de la que fue presa al cruzar Av. Juan B. Justo en el preciso instante en que cambiaba el semáforo a rojo. Yo, admirador, amigo y discípulo del maestro González Veról, mas bien responsabilizo a la línea 34 y, más particularmente, al chofer Edgardo Manuel García, que circulaba en sentido del bajo a 80 km/h.

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