sábado, 5 de abril de 2008

Corpus Christi.

La hostia en manos del padre alcoholizado pensaba que era lógico que, a la hora del reparto, no hubiese querido ser la-sangre-de-Cristo. El solo hecho de pensar en sangre siempre le había dado demasiada impresión, como si implicara un regodeo innecesario en los suplicios que sufriera su dueño-amo, también conocido como "cordero de Dios" o algo así. En el otro extremo de sus preferencias, representar el papel del cuerpo-de-Cristo desde un principio le había parecido adecuado para sus características personales. No es que se interesara obsesivamente en las apariencias físicas (aunque, vamos, a quien no le gusta el blanco inmaculado, la fragancia del vino dulzón y la circunferencia perfecta), sino que la propia noción de "cuerpo" es la que para ella implicaba un bagaje conceptual complejamente seductor. Si bien había escuchado a un monaguillo levemente hereje discrepar con el padre (durante uno de los momentos sobrios de éste) acerca de la dicotomía cuerpo-alma sostenida por el pensamiento religioso, estaba de acuerdo en que recién con la llegada de Merleau-Ponty y su fenomenología es que se había logrado pensar al cuerpo como algo que se es y no sólo como que se tiene. Sí, algo quizás extraño y hasta chocante para el feligrés devoto: como hostia cristiana no asumía (no se asumía) como cuerpo extraño a la yoidad, al ser en su totalidad. Para ella, los límites planteados por Descartes hace casi cinco siglos se habían desdibujado. Cuerpo y alma se integraban en ella de forma no perecedera (al fin y al cabo, no dejaba de ser una especie de alimento), sin dicotomías ni distinciones. Pensaba en esto férreamente, con la calma de los que se saben en la senda de la verdad. Y no sólo eso, se sentía en condiciones de transmitirlo al mundo, de renovarse como profeta de la fe, de la paz, de la justicia: un mundo nuevo era posible y ella, la hostia del amor y de la hermandad, era la encargada de sembrar la semilla del conocimiento en todo el planeta. Sí, pensaba en esto férreamente, feliz. Pensaba en esto justo unos instantes previos a ser deglutida por Jorge de Balvanera a eso de las ocho menos cuarto del domingo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Genial.Me recuerda a las realidades cotidianas de muchos; el de Balvanera se la comió JUSTO CUANDO EMPEZABA A PENSAR.