viernes, 13 de junio de 2008

El dolor del artista.

Lo peor era el frío. No tanto la discusión, sino el frío. La discusión también era incómoda, sobre todo cuando ella argumentaba entre sollozos.
"No te importa más que vos", repetía ella y comenzaba una elegía que incluía todos los malos momentos que él le había hecho pasar en los últimos cinco años.
La escuchaba absorto, como viendo la escena desde unos metros por sobre sus cabezas. Cabezas que ahora se encontraban ladeadas, buscándose en la noche cerrada, apenas iluminada por resplandores sobre el asfalto.
"Vos no entendés mi sufrimiento", seguía ella con lágrimas en los ojos, quieta, detenida en ese instante de reproches que no encontraban respuesta. Para él todo era un eco, un silbido sordo que se escurría por los oídos y ascendía por el aire viciado hasta allí arriba desde donde sentía observarse.
Y el frío.
Frío metálico, húmedo, del que cala los huesos y anestesia los sentidos. Ese frío que era calor y dolor, que hacía presente cada parte de su cuerpo.
"Mejor lo discutimos en otro momento", se escuchaba decir él ahora, mientras intentaba el esbozo de una sonrisa que salía sardónica, lenta.
"Como siempre, evadís la discusión. Sos un cobarde, Marcos".
Y cómo podía ella llamarlo cobarde. Como si ella fuera ajena a su situación, a su estado indefenso. Porque ella podía verlo atrapado, presa de esa realidad inmóvil, inmediata.
Un frío eléctrico. De mil punzadas: finas, exquisitas, únicas.
Un frío único.
"Perdonáme", alcanzó a decir él, sin darle relevancia a su respuesta. Y pensó en lo verdaderamente relevante: los gritos de ella, el golpe a la cara y el volantazo, la defensa divisoria de la ruta y la plasticidad de la carrocería del coche. Hierro, cemento y carne se habían unido para dar como resultado esa escultura en medio de la nada, bañada por las luces que rebotaban sobre el asfalto.
"Perdonáme", repitió Marcos mientras se pensaba como parte de una obra de arte que incluía un eje de volante entre un bazo y un diafragma. Y recordó aquello del artista y el sufrimiento, de la creación desde el dolor y la pérdida.
Y se sintió volar, libre de los reclamos que seguían llegando desde el asiento de al lado.
Y ya no sintió más el frío.
Ese frío que era lo peor de todo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se sintió volar...libre..efectivamente era un cobarde.